viernes, 28 de diciembre de 2012

"Cuando Comer Es Un Infierno" (intro to the book)


"Es muy difícil jugar a ser princesa con
un paño ensangrentado entre las piernas"
SIMONE DE BEAUVOIR, El segundo sexo.




"Pienso en las mujeres de siglos pasados que ingerían vinagre para cultivar su palidez y sus ojeras, en las que se daban fricciones con mercurio, o lasque se depilaban la mitad de la trente para alargar de manera interesante sus facciones y mostrar la delicada curva del cráneo. Pienso en las deformidades y dolores que causaban los corsés, en la falta de oxígeno y en la pesadez de arrastrar un miriñaque.

Pienso en los pies vendados de las mujeres chinas, en los collares que alargan y descoyuntan el cuello y en los tatuajes rituales de algunas tribus africanas.
Pienso en las grandes bellezas de la historia, y en cómo siempre existía algo que las convertía en
mujeres peculiares, fuera su inteligencia, su ambición o su destino trágico. 
Pienso en las barbaridades cometidas en nombre de la belleza, la virginidad o el papel de la mujer, y ninguna me parece más extrema, más dolorosa y grave que la actual obsesión por la delgadez y la juventud.



Las consecuencias son terribles: operaciones estéticas, no siempre con los resultados esperados y nunca eternas, enfermedades mentales, trastornos alimenticios que alteran la vida normal de los
pacientes y pueden conducir a la muerte, insatisfacción, infelicidad, expectativas no cumplidas. Un número inmenso de mujeres, y un sector creciente de hombres atrapados en una carrera contra el tiempo y contra el peso, una negación continua de lo que son, por constitución y hábito, y de lo que serán, por experiencia y capacidad de sobrevivir. Pocas de estas circunstancias se condenan adecuadamente. Ninguna de ellas se impide de modo efectivo. No se cuenta con el apoyo decidido de los gobiernos, ni con enmiendas de las empresas implicadas. 

La insatisfacción genera consumo, la inseguridad ha sido una tara propia de mujeres, inculcada cuidadosamente en ellas por los hombres y las demandas de una sociedad inmovilista. La insatisfacción, y su hermana gemela el ansia de perfección, matan. Nadie alerta de ello. Ni siquiera una plaga contemporánea, como son los trastornos alimenticios, ha despertado más que tibios procedimientos, reacciones insuficientes que no hubieran llegado a nada sin la constancia de las enfermas y de sus familiares: la regulación de las tallas, o la hospitalización forzada de las afectadas han sido, entre otras medidas,
producto de esa lucha.



Se desconoce el origen de la anorexia y la bulimia. Después de años se ha llegado a la conclusión de que se tratan de enfermedades causadas por una multitud de factores, y que el grupo de riesgo se compone de mujeres jóvenes. Se da, por lo tanto, una doble discriminación: no se presta demasiado interés real a las necesidades y preocupaciones de los adolescentes, aunque sí se les dedica mucha atención, y se dan demasiadas cosas por supuestas,Y las chicas, dentro de ese grupo, han sido históricamente consideradas como seres lindos y descerebrados, poco fiables y que se serenarán por sí mismas con el paso de los años. 

Se asumía que las niñas pasan por una etapa de llanto, recriminaciones, exigencias, insatisfacción con el propio cuerpo y oscilaciones hormonales. Y eso era todo. 
Al menos la anorexia gozaba de cierta visibilidad: las chicas (continúo hablando en femenino, porque un noventa por ciento de las víctimas son mujeres) se negaban a comer hasta agonizar, convertidas en esqueletos de ojos obstinados, o sin llegar a esos extremos condicionaban la vida familiar hasta que resultaba insoportable.


La bulimia se nutre en el secreto, en la angustia callada, en una represión de emociones, en un crecimiento interno de la infelicidad y la vergüenza. En el exterior, nada ocurre: en muchos casos, la chica es sociable, alegre, responsable. No aumenta o disminuye de peso. La bulimia carcome de manera discreta, y lija el interior de las enfermas hasta dejarlas huecas. Ese hueco sólo puede llenarse con comida.

A los ojos de la sociedad en general no siempre resulta sencillo diferenciar entre bulimia y anorexia. Las dos son alteraciones de la conducta relacionadas con la comida, las dos afectan a mujeres jóvenes, las dos provocan pérdidas y modificaciones de peso. Para colmo, algunas de las enfermas, tras haber padecido anorexia, caen en la bulimia. Sin embargo, son dolencias que se originan de manera distinta, y necesitan también un tratamiento diferente y específico.



Por lo general, el inicio de la anorexia es anterior en edad al de la bulimia, que comienza, por media, tres o cuatro años más tarde. Mientras que las anoréxicas presentan un bajo peso, debido al escasísimo consumo de alimentos y a la dieta cada vez más restrictiva, entre las bulímicas puede darse una tremenda variación, que oscila de la delgadez casi anoréxica a la obesidad.
Las anoréxicas pueden darse atracones, o presentar conductas bulímicas, mientras que en las bulímicas, que ocasionalmente pueden ayunar, como las anoréxicas, los atracones son constantes. Los medios principales de controlar el peso en las anoréxicas son la restricción de alimentos y el excesivo ejercicio. En las bulímicas, se recurre a dietas, vómitos, laxantes, diuréticos, y en escasas ocasiones, ejercicio. Eso se debe a que la hiperactividad es frecuente en las anoréxicas, mientras que las bulímicas tienden a una mayor pasividad, y también a la necesidad de control que sienten las primeras; las bulímicas, debido a su enorme impulsividad,
pocas veces encuentran la disciplina necesaria como para ceñirse a un programa de ejercicios.

Entre las anoréxicas se encuentran pocos antecedentes de obesidad: de haberla, era mínima. Entre las bulímicas es más frecuente. La mayoría de las anoréxicas sufren amenorrea, algo mucho menos común en las bulímicas. Los problemas asociados a las anoréxicas, una vez que la enfermedad ha remitido, son menos frecuentes y peligrosos que los de las bulímicas.


Lo que iguala ambos trastornos es que las consecuencias para la salud son muy graves, y en más ocasiones de las que se desearía, crónicas.

Actualmente se considera que la bulimia (y también la anorexia) se diagnostica según los criterios dados por la lista CIE 10, dictaminada por la Organización Mundial de la Salud, o por el DSM-IV (Manual de la Asociación Americana de Psiquiatría). Según se conoce más a fondo el trastorno, la descripción de la enfermedad mejora y se acerca más a la realidad. Ambas tablas coinciden en lo esencial.



En la actualidad, sin embargo, ya no basta con conocer los síntomas, y es insuficiente afirmar que las mujeres jóvenes están en peligro. La edad de incidencia de la bulimia ha descendido hasta los nueve años, y ha aumentado hasta los cincuenta. Sus manifestaciones son también diversas: puede aparecer en la adolescencia, o mucho después, a raíz de un acontecimiento determinado, o como gota que colma el vaso. Las chicas pueden pedir ayuda, o ser descubiertas con un problema ya cronificado. En algunos casos, los estudios y la vida afectiva o familiar quedarán destrozados, y en otros el problema se centrará básicamente en la forma de alimentación.



No existe una medicación infalible para esta dolencia. El tratamiento dura varios años, exige la colaboración de expertos en nutrición, médicos y psicólogos, la involucración de la enferma y la familia; y aun así, una parte significativa de las chicas no se recupera. Una vez que este trastorno alimenticio se ha manifestado en una familia, la vida cambia. Ha de cambiar. La enfermedad no puede enterrarse y olvidarse cuando se han dominado los impulsos de atracarse o vomitar. Exige un reaprendizaje, un esfuerzo conjunto, un nuevo planteamiento de vida. Y no siempre se poseen los medios, las fuerzas o el conocimiento como para hacerlo.

La prevención es por lo tanto el único medio efectivo para evitar la enfermedad. Todas las chicas que han hablado conmigo, todas las que han accedido a revelar su testimonio, han insistido en su ignorancia: no conocían la bulimia, no sabían de sus riesgos, no se dieron cuenta de que estaban enfermas. Si se les hubiera advertido,si se les hubiera arropado. Si pudieran cambiar un momento en su vida, ése hubiera sido el del comienzo de la enfermedad.

Como tantas otras mujeres, he vivido de manera cercana los trastornos alimenticios: como tantas otras, he sufrido la presión de la apariencia, la exigencia de ser hermosa y mantenerme delgada. Durante años no he comentado con nadie mis dificultades, ni he recibido confidencias de nadie que se reconociera enfermo. Hasta que terminé la universidad no conocí a nadie en quien pudiera reconocer una bulimia, y hasta hace unos meses, nadie me confesó que la sufría.


Cuando me planteé la redacción de esta obra, creí que resultaría sencillo encontrar testimonios directos. Me equivoqué: era relativamente fácil que las enfermas recuperadas hablaran, pero esperar que una bulímica aceptara su enfermedad y la gravedad de sus consecuencias estaba fuera de.
todo sentido. Esta obra pretende ofrecer una visión realista y personal sobre la bulimia. Una visión dolorosa, a menudo desagradable, como lo son las de todas las enfermedades, de esta plaga que parece agravarse y generalizarse de año en año, que causa dolor, miedo, dolencias crónicas, y en más ocasiones de las que se cree, la muerte. El testimonio que vertebra el libro, la vida de Gloria, resulta tan prototípico de la enfermedad como podría serlo el de cualquier otra chica. Podría enmascarar a cualquier bulímica; y me consta que ha sido tan sincero como el que puede esperarse tras el sufrimiento de siete años y el esfuerzo por olvidarse de ellos. Los testimonios de las otras enfermas fueron transcritos literalmente, o traducidos con ese mismo
espíritu de fidelidad. Fueron elegidos por resultar los más representativos en sus respectivos casos, o
por ofrecer un resquicio de esperanza a quienes se preocupan por estas dolencias.

Las citas que encabezan cada sección han sido extraídas en su totalidad de las páginas web pro
anorexia, de las que me ocupo más adelante. Las anoréxicas las emplean como estímulo, como ánimos, como manera de darse fuerzas y continuar resistiendo el hambre, pero se encuentran también en la mente de las bulímicas; el ideal de perfección llega a sofisticarse de manera tan perversa que únicamente la delgadez extrema, cadavérica, puede satisfacerlas.


A veces las extraen de grupos musicales como King Adora, Smashing Pumpkins o Placebo, escritores como Kafka, de su cuento «El ayunador profesional», de libros que potencian la fuerza de voluntad. La comida se convierte en el pecado, en la debilidad, potencia las cualidades que ellas odian y que rechazan como
señal de fracaso. La delgadez, la belleza, la admiración y el triunfo caminan de la mano, y ellas se esfuerzan en seguirlas.

Al fin y al cabo, ¿quién, en esta sociedad, no desea ser hermosa?"




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